Por Eijo Sofia – Licenciada en Ciencias Politicas
Mientras los medios cubrían la condena judicial, en redes sociales se desplegaba otro juicio: el de la opinión espontánea. Decenas de usuarios dejaron su testimonio en las historias del periodista Matías Auad, convirtiendo ese espacio digital en una caja de resonancia ciudadana.

No fue un día más para la política argentina, que, aunque nos tiene acostumbrados a la novedad, se las ingenió para convertir un fallo histórico en un nuevo escándalo nacional. Mientras los canales transmitían en cadena la condena a Cristina Fernández de Kirchner, otra escena se desplegaba en paralelo: la de las redes sociales, donde se libraba una disputa simbólica no menos intensa que la judicial.
En Tucumán, el periodista Matías Auad abrió un canal inesperado pero profundamente valioso: a través de sus historias de Instagram, lanzó una consigna abierta —“Cristina presa: ¿cómo será recordado este día?”— que recibió más de sesenta respuestas en pocas horas. Las personas no solo contestaron: se narraron. Opinaron, celebraron, se indignaron, reflexionaron. Cada palabra enviada sin filtros reflejó una dimensión emocional que muchas veces las encuestas no logran captar.
Un país que opina en tiempo real
Lo que parecía una simple consigna periodística se transformó en un registro de época. Una muestra espontánea que, aunque no representativa en términos estadísticos, dice mucho sobre cómo se construye sentido común en tiempos de polarización permanente.
De la lectura de esas respuestas emergen al menos seis relatos simultáneos. Se superponen, se enfrentan, se ignoran entre sí. Pero todos existen. Todos están circulando en la esfera pública y todos aportan claves para entender cómo piensa y siente una porcion del pais.
Seis formas de relatar un mismo día
Lo más sorprendente de las respuestas no fue su cantidad, sino la diversidad de sentidos que condensaron. En apenas horas, y sin filtro, los comentarios configuraron al menos seis relatos simultáneos. No son categorías cerradas ni excluyentes, pero sí ofrecen un mapa emocional y político de lo que representó, para muchos, la condena a Cristina Fernández de Kirchner.
El primer grupo, numeroso y eufórico, celebró el fallo como una victoria institucional. “El mejor día de la historia”, escribió uno. Otro lo resumió con crudeza: “El que robó, robó. Es justicia”. Para ellos, el día de la condena fue la ruptura definitiva con la impunidad, la consagración de una república donde —por fin— nadie está por encima de la ley.
Pero el segundo relato fue igual de fuerte. Varios usuarios, con tono de indignación, denunciaron la proscripción política de una figura popular. “La proscribieron como a Perón”, “El día que rompieron la Constitución” y “El lawfare puso en peligro la democracia” son frases que revelan una convicción: más que justicia, lo que hubo fue persecución. La sentencia fue leída como un operativo para excluir a Cristina del juego democrático.
En el medio, se coló una tercera narrativa: la del desasosiego ante la grieta. “Argentina es una, pero seguimos agrietados”, decía uno. “En shock por la cantidad de pensamientos dispares”, decía otro. No hay aquí aplauso ni condena. Solo un registro triste de la fractura. Este grupo no busca tomar partido: observa un país que ya no se escucha.
También hubo quienes interpretaron la escena desde el simbolismo del liderazgo. Para ellos, Cristina no fue condenada: fue consagrada. “Volverá y será millones”, “Como Lula: caerá y volverá”, decían. En esas frases no hay ni defensa legal ni análisis institucional, sino algo más potente: la construcción de un mito resistente que, lejos de acabarse, se reactiva.
Un quinto conjunto de respuestas expresó lo que podríamos llamar fatiga democrática. Comentarios como “Todos deberían estar presos”, “La justicia es un títere” o “Ninguno vale nada” resumen un desencanto absoluto. No se elige un bando. Se abandona el juego. Es la mirada de quienes ya no creen en nada ni en nadie.
Y, finalmente, algunos pocos se animaron a una reflexión más ambigua, incluso poética. “Qué difícil… muchos sentimientos encontrados”, “No puedo definir el punto medio”, “Un país hablándose solo”. Son voces que, quizás sin quererlo, invitan a pensar más allá del binarismo, a imaginar una conversación más lenta, menos crispada, más honesta.
Escuchar sin encuestar
Este ejercicio, disparado por una historia de Instagram y un periodisca avocado a la escucha más activa de sus seguidores, nos recuerda que la sociedad habla incluso cuando no se la mide. Y que el modo en que lo hace —espontáneo, emocional, contradictorio— también es dato, también es material político. Las redes no son solo ruido ni cámaras de eco. Bien leídas, son repositorios de sentidos comunes, emociones colectivas y tensiones políticas.
Estas frases no reemplazan a una encuesta, pero aportan una temperatura emocional única, más cercana a lo real que muchos informes segmentados.
El desafío no es cuantificar, sino escuchar con seriedad aquello que emerge sin estructura. Porque en esa dispersión, en ese caos controlado que son las redes, puede leerse una parte del pulso social que muchas veces se nos escapa por no considerarlo válido.
Política, democracia y narrativas cruzadas
Lo que pasó ayer no fue solo una sentencia. Fue un hecho institucional de alto impacto que desató una serie de narrativas simultáneas, todas legítimas en tanto reflejan modos de vivir la democracia, de sentir la justicia, de interpretar la historia.
En tiempos donde las instituciones generan más distancia que confianza, leer las reacciones espontáneas es una herramienta de análisis tan potente como urgente. No reemplaza al método tradicional. Pero lo complementa. Lo desafía. Y lo humaniza.
Porque la política no se hace solo en Tribunales o en el Congreso. También se escribe, cada día, en los teléfonos de quienes todavía tienen algo que decir.