Por Carlos Fara
No sabemos si va por el espacio “con su nave de fibra hecha en Haedo”, como cantaba Spinetta. Lo cierto es que, de la mano de sus decisiones estratégicas, al presidente no le queda otra que vetar lo que no le guste hasta el final de sus días, porque los obstáculos no se despejarán con la elección del 26 de octubre. Como bien marca el colega Ignacio Labaqui, para un gobierno en hiper minoría existen tres opciones de gobernabilidad: 1) el presidencialismo de coalición; 2) armar coaliciones ad-hoc; y 3) tratar de gobernar de modo plebiscitario. Cada una tiene sus pros y sus riesgos. Detengámonos en esto porque es la clave de acá a 2027.
Las tres opciones permiten ir más rápido o más lento con las reformas que se deseen hacer, con mayor o menor profundidad, y tienen consecuencias sobre la sustentabilidad política. El león optó por la segunda opción estratégica, moderando sus expectativas como hizo sabiamente al sancionar la Ley Bases, y luego del fracaso estrepitoso de la Ley Ómnibus. Eso tiene ventajas demostradas -por ejemplo, evitando que se cayeran los vetos- pero al mismo tiempo que todo se vuelve más inestable, dada la característica ad-hoc de la estrategia. Sale más cara que la primera opción -presidencialismo de coalición- pero no está obligado a coparticipar el poder, discutiendo sus reformas. Si se hubiese decidido por una coalición permanente, hubiese avanzado más lentamente, pero los costos hubiesen sido menores y no tendría que recurrir a negociaciones permanentes con aliados circunstanciales. Hoy cuenta quién baja a dar quórum, quién se abstiene, quién apoya, quién se levanta de la sesión en cada proyecto, etc. Es decir, un ejercicio matemático infinito y desgastante.
Pero claro, un presidencialismo de coalición se da de bruces con el discurso de la casta, y con la intención de hacer todo de golpe. Por ejemplo, Israel (país modelo para Milei), con su plan de estabilización de 1985, demoró seis años en perforar el 1% mensual tomando la inflación promedio del año. Esta actitud fundacional y fundamentalista ganó espacio también por el fracaso del gradualismo de Macri. Pero bueno, en la vida todo no se puede: es un gran trade-off, en donde si se gana algo, se pierde algo… y se corren otros riesgos.
El gobierno dice, con bastante razón, que no había espacio para otra estrategia que no sea de shock, dada la gravedad de la herencia recibida del gobierno de Alberto / Cristina / Massa. La pregunta sería ¿existía entonces solo una opción estratégica política para encarar esto, aun aplicando la motosierra? ¿LLA cambiará su opción luego de haberse fortalecido en la elección de medio término? La cadena nacional del viernes no parece dar lugar a eso, pero hay que ver qué sucede una vez que se haya analizado en profundidad la foto del 26 de octubre.
Como bien dice “la doctora”, todo tiene que ver con todo. Porque frente a la opción estratégica de la gestión libertaria hasta acá, LLA terminó constituyendo frentes o acuerdos políticos con los mandamás provinciales en solo 5 distritos de las 16 que se podrían considerar dialoguistas. ¿Por qué? Por razones que comentamos en esta columna la semana pasada: 1) llegaron a la conclusión que este gobierno “mal pagador” solo entiende si se le muestran los dientes: a contar cuánto tiene cada uno y, desde esa posición, negociarán en adelante; y 2) existen ruidos en el electorado que dan espacio para terceras opciones, fuera del clivaje “libertad vs. kirchnerismo”.
Más allá de los oportunismos del caso y los cazadores de recompensas del siglo XXI, Provincias Unidas -marca electoral del Grito Federal- estaría presente en 15 distritos. Claro, no en todos lados con figuras competitivas. Fue muy curioso lo que ocurrió en la provincia de Buenos Aires: el destinado a representar esa tercera vía por antecedentes era Facundo Manes, quien cambió de distrito a último momento para sumarse a la deslucida escudería UCR porteña, y teóricamente dejando a ese espacio a Randazzo. Éste ya tuvo dos magros resultados en 2017 y 2021, por lo que sus expectativas no son muy alentadoras.
Los amarillos hicieron lo único que podían hacer en estas circunstancias: ser socios minoritarios de una coalición potencialmente ganadora. No tenía mucho sentido ser el accionista mayoritario de algo condenado a la derrota, como ya pasó en CABA. La cuestión no es si se arrodillaron. El punto es por qué terminaron en esa posición, y la respuesta es: una interminable sucesión de errores políticos por parte del Emir de Cumelén. Hay que tener mucha habilidad para que terminen disconformes todas tus estrellas (Larreta, Bullrich, Vidal).
El pro-kirchnerismo siempre se pelea, ya no importa por qué razón. Esta semana fue la discusión por el cambio de los lugares de votación, y además entre figuras de una misma tribu (Bianco – Magario). Si efectivamente termina imponiéndose la candidatura de Máximo para encabezar la lista nacional, los violetas pueden ir poniendo champagne en el freezer. Pero aun queda una semana para el cierre de listas y todo debe ser relativizado. Puede ser perfectamente una jugarreta para generar espanto y así negociar una figura potable para los tres bandos. Si logran eso, lo que más debería preocuparles es la eventual rebeldía de Grabois: ya sacó casi 6 % en una primaria presidencial a nivel nacional en 2023, pero que fue un 9 % en territorio bonaerense. El líder de la economía popular luce más nuevo, no político tradicional, y eso genera alguna expectativa dentro del espacio.
Por último, esta semana hizo ruido el Libragate por dos bandas. Una, porque se siguen conociendo detalles en las investigaciones judiciales, además del emplazamiento que hizo Diputados. La otra por las declaraciones de Diana Mondino, cuya honestidad intelectual está fuera de discusión (sea o no candidata). Este tema -como el tráfico de armas con Menem- va a terminar dándole fuertes dolores de cabeza al Javo.
Respecto a nuestro “Capitán Veto”, esperemos que no termine cantando “ya no puedo más de soledad”.